En un punto de mi vida, tuve que escoger entre mi matrimonio o continuar convirtiéndome en mi mejor versión.

Y déjame decirte, ¡ese divorcio fue costoso!

Pero pasar por esa separación emocional, física y legal me enseñó que el precio a pagar es aún más alto.

Sentí que estaba marcando la vida de mis hijos porque creía que crecerían “sin un padre”. Y cuando mis familiares, amigos y conocidos se enteraron, fue una experiencia desagradable, pero peor fue la frustración conmigo misma porque había “fallado” en algo tan sagrado como el matrimonio.

La realidad de tener que lidiar con lo que viniera totalmente sola me puso en un espacio de tener que hacerme la más fuerte sin excusas, me hizo contar con lo único que tenía: “mi fe de que todo sería mejor”. Esto tras tantos años de convivencia y de haberme creído el “... y vivieron felices para siempre”, ¿qué iba a hacer?

Mi primer paso fue renunciar a la idea de “lo que pudo haber sido y NO fue” (eso desde mi sincera ignorancia en aquel entonces, porque hoy sé que las respuestas para que eso fuera una realidad siempre estuvieron dentro de mí).

El segundo fue reconocer que necesitaba educarme porque no tenía ni idea de cómo funcionaba un amor de pareja en donde ambas partes se sintieran realizadas y pudieran crear un ambiente de apoyo y auge, sintiéndose plenos y felices para toda la vida.

Un día, cuando decidí saber mejor de lo que sabía en torno a crear y sostener una relación de pareja saludable y exitosa (porque NO tenía los resultados), me acordé de que una amiga me había regalado el libro “Por qué los Hombres Aman a las Cabronas, de Arrastrada a Mujer Ideal”… y descubrí por qué la mayoría de las mujeres naufragan miserablemente en una relación en la que sus necesidades nunca son satisfechas.